Juan 8:12-30
Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
Juan 8:12
Este el segundo de los siete “yo soy” en el evangelio de Juan. El primero fue: “Yo soy el pan de vida” (6:35), que se estudió anteriormente. Sin duda alguna, las declaraciones “yo soy” del Señor son sumamente importantes. Esta declaración nos enseña sobre la característica de Jesús. Él es nuestra luz.
Cuando abrimos la Biblia, lo primero que leemos es que Dios creó todo el universo. En esta creación, lo primero que Dios hizo fue la luz (Gen 1:3). Cuando estudiamos Génesis mencionamos la relevancia del hecho de que la luz sea lo primero que Dios creó. El carácter de Dios como luz nos enseña que en él podemos encontrar la verdad y la vida. Por eso Juan también escribió sobre el Verbo, quien es Dios: “En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. … Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (1:4-5, 9). Juan, entendiendo que Jesús es Dios mismo, relacionó el carácter de Dios con Jesús. Pero esto no lo hizo solamente por inspiración divina (aunque ciertamente tuvo inspiración divina a través del Espíritu Santo). Jesús mismo hizo esta declaración.
Juan continúa en su introducción a su evangelio: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (1:10-11). A través de los evangelios podemos ver cómo los hombres despreciaron a Jesús. El pasaje de hoy es uno de esos ejemplos. Los judíos escucharon a Jesús, pero no le creyeron. Le dijeron que mentía porque él testificaba de sí mismo solamente. Cuando Jesús les habla acerca del Padre, ellos le cuestionaron sobre su Padre. Jesús les hizo ver que ellos no entendían nada de lo que Jesús les estaba hablando porque le estaban desechando. Jesús les dijo: “si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (19).
El mundo no conoce a Dios porque el mundo no conoce a Jesús. Antes de la ilustración, el mundo occidental daba por un hecho la existencia de Dios y la autoridad de su palabra. No solamente la iglesia. Aún científicos como Galileo Galilei creyeron en la existencia de Dios y la autoridad de la Escritura. Galileo entendió que la ciencia era un instrumento comprender mejor la creación de Dios.
Pero en la ilustración, los filósofos comenzaron a abandonar el principio del conocimiento a través de Dios. Cambiaron el centro del conocimiento de Dios a la razón. René Descartes, tratando de explicar la existencia de Dios, comenzó por un punto que pensó que todas las personas estarían de acuerdo. Por eso, decidió comenzó por cómo conocer su propia existencia, y dijo: “Cogito ergo sum”, “Pienso, por lo tanto, existo”. Descartes no se imaginó que su pequeña desviación de Dios como el centro del conocimiento humano hacia la razón causaría toda una revolución. Muchos años después Emanuel Kant, partiendo de lo que Descartes comenzó, quiso nuevamente defender la existencia de Dios. Él dijo que había conocimientos básicos que todos los humanos conocen (a priori) y otros que se aprenden a través del tiempo (a posteriori). El problema con Kant es que, siguiendo a Descartes, partió de la razón. Y todavía más, él supuso que las categorías en la mente de los seres humanos eran todas iguales. Por lo tanto, Kant asumió que todos tenían a Dios en la categoría de conocimientos a priori, y luego se fortalecía el entendimiento de quién es Dios a través de la experiencia (a posteriori). ¡Pero, oh sorpresa! Las personas tenían diferentes categorías en sus mentes. Concluyeron que, como Descartes, el conocimiento se consigue a través de la razón. Pero, contrario a la suposición de Kant, Dios no pertenece a los conocimientos a priori. Por lo tanto, rechazaron que es alguien que se puede conocer. El mundo “moderno” no rechazó la búsqueda de la verdad objetiva. Pero ésta verdad no provenía de Dios, sino de la razón.
Sin embargo, más adelante, entrando al siglo XX, los hombres comenzaron a cuestionar si es posible que la razón lo explique todo. Filósofos, como Federico Nietzsche, concluyeron que la filosofía es una construcción humana. Lo que es verdad para uno puede ser o no verdad para otro. Nietzsche dijo: “Dios ha muerto”, con la intención de dar lugar al superhombre (Übermensch). Éste Übermensch es uno que no cree en los mitos, sino que es fuerte porque cree en sí mismo. Pero ¿qué es creer en sí mismo? Es aquel que cree dependiendo exclusivamente en lo que él ha vivido y experimentado. Por lo tanto, todo aquello que fuera de su experiencia, puede ser considerado falso. Siguiendo este proceso de pensamiento, Jaques Derrida dio lugar a lo que se conoce como “deconstruccionismo”. El deconstruccionismo establece que el significado lo da el individuo. La intención del autor pasa a un segundo plano. Esta corriente se le conoce como el “postmodernismo”. Bajo los principios postmodernistas, una verdad objetiva no es posible. Si la verdad está basada en la experiencia del individuo, significa que existe la posibilidad de varias verdades. Pero ¿cómo explicar cuando una “verdad” contradice otra “verdad”? Lo único que se puede decir es, como decía el filósofo serbio, Bora Milutinovic, en su paso por México: “Yo respeto”.[2]
Pero, para aquellos que creen en el Señor, “a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (1:12). Nosotros que hemos recibido la bendición de conocer al Señor, también podemos conocer a Dios. Conocer a Dios cambia la vida del hombre. Da sentido a la vida, y da propósito a la vida. Es, como dijo el Señor, salir de las tinieblas de este mundo, a una vida llena de luz.
¿Por qué el mundo es tinieblas? Porque sin una verdad objetiva, cada uno hace lo que bien le parece (Jue 21:25). Y en el camino de hacer cada uno lo que bien le parece, la sociedad se desmorona. La moralidad no es más que una palabra. Si es, como dice el postmodernismo, una construcción humana, lo que a uno le parece inmoral, a otro le parece moral, y está bien. No. No es que esté bien. Debe de estar bien, y quienes no aceptan esa diversidad de pensamiento, están mal. Y así, entendemos cómo nuestra sociedad está caída con tantos problemas de corrupción, violaciones a derechos humanos, y los movimientos “progresistas liberales” que destruyen las definiciones objetivas sobre el ser humano, principalmente la definición de qué es un hombre y una mujer, y qué es el matrimonio.
Nosotros, los que conocemos al Señor, debemos emprender una campaña valiente para ir en contra de este mundo. Debemos establecer la verdad de Dios y de su palabra. Pero esto no se puede lograr más que predicando el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Solamente a través de conocer al Señor podemos conocer a nuestro Padre Celestial.
Señor, permítanos conocerle más y más. Denos el deseo de meditar en su palabra y vivir una vida de oración para que, primeramente, nosotros podamos tener una relación profunda con usted; y que, a través de esto, podamos invitar a otros a conocerle. Ayúdenos a que salgamos de la oscuridad del mundo, y úsenos para difundir la luz de nuestro Señor Jesucristo en este mundo. Así, que todos sus escogidos podamos congregarnos y alabar su nombre con un solo corazón y espíritu.
Una palabra: Jesús es la luz del mundo.
[1] Nuestro Pan Diario tiene el título “Soy la luz del mundo”, pero, siendo que está entrecomillado, quería decir lo que el texto bíblico dice.
[2] Bora Milutinovic no era filósofo. Fue el director técnico de la Selección Mexicana de Fútbol. Su frase se hizo célebre en México, y la usaba para trazar una línea sin entrar en discusiones.