Una petición de oración poco sincera

Jeremías 42:1-22

Si os quedareis quietos en esta tierra, os edificaré, y no os destruiré; os plantaré, y no os arrancaré; porque estoy arrepentido del mal que os he hecho.

Jeremías 42:10

Una de las actitudes más molestas de las personas es la hipocresía. Hipocresía viene del griego ὑποκριτής (hypokrites), que quiere decir “actor, o pretendiente”. El hipócrita es el que actúa o pretende una cosa, pero en realidad hace o piensa otra cosa. ¿A quién le gusta tener de amigo a un hipócrita? Creo que no me equivoco al decir que a nadie le gusta. Sin embargo, debemos reconocer que muchas veces nosotros mismos somos hipócritas.

En la palabra de hoy vemos que Johanán y todos los que le seguían fueron con Jeremías a pedir que orara a Dios por ellos y les diera dirección. Johanán había matado a Gedalías, el gobernador establecido por el rey de Babilonia. Johanán y sus secuaces tuvieron miedo de que el rey de Babilonia fuera a enfurecerse y matarlos. Por lo tanto, querían hacer algo para salvar sus vidas. Así, al ir a Jeremías, ellos prometieron que harían todo lo que Dios les dijere hicieran. Pero Dios conocía sus corazones. Dios, en su amor por su pueblo, les mostró lo que debían de hacer. Si ellos se quedaban en la tierra de Judá, Dios les protegería. Dios les dio el mensaje de que no tuvieran temor al rey de Babilonia; Dios estaría con ellos y les guardaría.

Sin embargo, Johanán y compañía tenían otro plan. Ellos pensaban ir a Egipto a esconderse pensando que la espada del rey de Babilonia no llegaría hasta allá. Pero ¿qué les dice Dios? Dios les dice que él sabe sobre sus planes de ir a Egipto. Por lo tanto, les advierte que no vayan. Si van a Egipto, entonces morirán a espada, de hambre y de pestilencia. A raíz de esto, los siguientes capítulos del libro de Jeremías tratan sobre lo que le sucederá Egipto; específicamente, sobre la guerra con Babilonia. Precisamente Johanán escapaba de la espada del rey de Babilonia, pero esa espada estaba apuntando a Egipto. Si Johanán y demás se hubieran quedado en Judá como Dios les dijo que hicieran, se habrían salvado de la guerra entre Egipto y Babilonia.

El problema de Johanán, más allá de su desobediencia, fue su hipocresía. ¿Por qué pidió a Jeremías que orara a Dios por él? Y todavía más ¿por qué prometió que obedecería en todo a Dios? No hay una explicación lógica a esto. Solamente podemos concluir que fueron hipócritas. Actuaron, o pretendieron, como que buscaban a Dios y que serían obedientes a Dios, pero tenían ya el plan de hacer lo que les pegó su regalada gana. Tal vez pensaron que si Dios les decía que fueran a Egipto como planeaban hacer, podrían tener algún tipo de seguridad. Pensarían que no solamente fue su buena idea, sino que a demás Dios estaba la dirección de Dios. Pero no tenían la intención de cambiar su plan si Dios les daba otra dirección.

Nosotros debemos ser obedientes a Dios y depender en él. Por lo tanto, cuando oramos y recibimos respuesta a nuestra oración, debemos estar dispuestos a obedecer la dirección de Dios, aunque sea contrario a nuestro pensamiento. Nuestra actitud al orar no debe ser el de querer que se haga nuestra voluntad. Nuestro Señor nos enseñó a orar, diciendo: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también la tierra” (Mt 6:10). Y luego, antes de su arresto y muerte en la cruz, oró al Padre en Getsemaní: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt 26:39). Nuestro Señor nos enseña que podemos pedir lo que deseamos, pero al final, debemos obedecer a la voluntad de Dios. Al orar, no debemos presentar a Dios nuestro plan y decirle que bendiga nuestro plan. Podemos mostrar a Dios cuál es nuestro plan: “Señor, pienso que debería hacer esto o aquello, por esta razón y esta otra”. Pero después, debemos pedir a Dios que nos muestre cuál es su voluntad: “Pero, Señor, muéstreme cuál es el camino que debo seguir”. Finalmente, debemos obedecer a la dirección que Dios nos dé. Unas veces nos dice que hagamos como planeamos. Otras veces nos da una dirección diferente. Pero sabemos que cuando obedecemos a Dios, él estará con nosotros y nos cuidará. Dios no quiere destruirnos sino edificarnos; no quiere arrancarnos de la tierra, sino plantarnos.

Señor, le agradezco porque usted siempre me da la dirección más adecuada para mi vida. Usted quiere siempre edificarnos y plantarnos. Por eso puedo confiar en su dirección. También puedo confiar en su dirección porque usted promete que estará conmigo y me guardará si soy obediente a su palabra. El problema, Señor, es que muchas veces soy necio en mi propio pensamiento. En lugar de escuchar a su dirección, hago lo que me parece mejor según mi propia sabiduría y experiencia. Pero reconozco que yo no tengo sabiduría y mi experiencia es como la de un niño. Ayúdeme, Señor, a ser obediente a su palabra. Ayúdeme, Señor, a decir: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú”.

Una palabra: No seas hipócrita, sino que obedece a Dios con sinceridad.

El remanente de Israel

Jeremías 40:1-16

Se fue entonces Jeremías a Gedalías hijo de Ahicam, a Mizpa, y habitó con él en medio del pueblo que había quedado en la tierra.

Jeremías 40:6

Es muy fácil pensar en buscar lo que es más cómodo o lo que parece más conveniente para uno, y luego buscar una buena justificación. Pero nosotros, los cristianos, no debemos buscar lo que nos parece más conveniente, sino que debemos buscar cuál es el verdadero llamado de Dios a nuestras vidas, y estar dispuestos a servir de acuerdo con ese llamado.

Jeremías fue aprehendido al igual que todas las personas de Judá. Pero el capitán de la guardia liberó a Jeremías. Él le dijo a Jeremías: “Jehová tu Dios habló este mal contra este lugar; 3y lo ha traído y hecho Jehová según lo había dicho; porque pecasteis contra Jehová, y no oísteis su voz, por eso os ha venido esto” (2-3). Estas parecen ser palabras que Jeremías había dicho, no las palabras del capitán de la guardia. Esto quiere decir que el capitán de la guardia estaba al tanto de todo lo que estaba sucediendo en Judá, incluyendo lo que Jeremías profetizó. Esto hizo que el capitán de la guardia tuviera respeto por Jeremías. Las palabras que continúa diciendo nos hacen ver que el capitán de la guardia quería hacerle bien a Jeremías. Él invitó a Jeremías a que fuera a Babilonia, y que le haría bien en esa tierra. Pero no quería obligarlo a hacer nada, sino que le dijo que escogiera lo que mejor le pareciera.

Ante esta opción, Jeremías eligió quedarse en Judá. Él fue con Gedalías hijo de Ahicam, quien había sido designado por el rey de Babilonia par que fuera gobernador de la región. Aunque Gedalías tenía el título de gobernador, si vemos los capítulos pasados, Babilonia solamente dejó a los más pobres, viejos, e incultos. Lo que se podría pensar como “lo mejor de la sociedad”, lo llevó a Babilonia. Así, Jeremías pudo haber ido también a Babilonia, y más, con la promesa del capitán de la guardia de Babilonia de que lo trataría bien pues estaría bajo su cuidado. Esta era una gran oportunidad para Jeremías de vivir una vida cómoda en una metrópolis. Y podría tener la perfecta excusa de que serviría a los cautivos en Babilonia.

Sin embargo, Jeremías no eligió lo más cómodo. Él eligió quedarse con el pueblo remanente y servirles. Aunque lo que quedó el pueblo eran los más pobres, viejos, e incultos, Jeremías los amó por ser el remanente del pueblo de Dios en la tierra prometida. Él supo que Dios le llamó a servir a ese pueblo de Dios, por lo que obedeció a su llamado. Aunque en este texto no sale que Jeremías oró a Dios para tomar esta decisión, al ver la vida de Jeremías, podemos asumirlo. Jeremías no tomó sus decisiones a la ligera, sino, al ser profeta de Dios, tuvo una comunicación continua con Dios, y tomó sus decisiones de acuerdo con la dirección que Dios le daba en su vida. De otra forma, no podríamos entender por qué Jeremías vivió una vida tan sufrida.

Es fácil disfrazar nuestro propio deseo con nuestro llamado. Llegamos incluso a creernos que nuestra decisión es verdaderamente dirección de Dios, no nuestro propio deseo. Por lo que, antes de tomar una decisión, debemos orar a Dios fervientemente. Tristemente, he escuchado de muchos casos de personas que van a otros países con el título de ser misioneros, cuando en realidad van con un sueño personal persiguiendo un mejor trabajo o estilo de vida. El simple hecho de ir a otro país no hace que un cristiano sea misionero. Como el título lo dice, un misionero es aquel que sale a otro país con un sentido de misión; en este caso, la misión de servir con el evangelio en ese otro país. Los verdaderos misioneros no salen con el propósito de tener un mejor trabajo o estilo de vida, sino que buscan un trabajo para poder sustentarse mientras sirven la misión a la que fueron llamados. Conozco el caso de tantos misioneros que pudieron haber llevado una vida cómoda en sus países de origen, pero que sufren mucho por servir en su país de misión. Algunos pareciera que ahora no sufren tanto, o incluso, que les está yendo mejor que en el pasado. Sin embargo, por un lado, esto solamente es por gracia de Dios. Por otro lado, todos los siervos de Dios padecen dificultades, de una u otra forma. Daniel fue uno de los cautivos a Babilonia y podríamos decir que vivió bien por ser de los consejeros del rey. Y así como Daniel vivió relativamente una buena vida en el palacio, también tuvo muchos sufrimientos. Jeremías, por el contrario, aunque tuvo la oportunidad de ir a Babilonia a vivir una buena vida, decidió quedarse en Judá. Tanto Daniel como Jeremías solamente siguieron el llamado de Dios en sus vidas.

Pero esto no solamente es en cuanto a las grandes decisiones de la vida, como salir de misioneros. También involucra en momentos de nuestra vida en que debemos tomar cualquier tipo de decisión. Debemos orar a Dios para ver qué es lo que él quiere de nosotros, no lo que es más conveniente para nosotros de acuerdo con nuestra propia sabiduría. Debemos buscar cómo podemos servir a otros, en lugar de buscar nuestra comodidad o nuestro honor.

Nuestro Señor Jesús es nuestro ejemplo de vida. El himno en Filipenses 2 resume muy fielmente el ejemplo de la humildad y el servicio de nuestro Señor. Él no buscó lo que era más conveniente o cómo para su vida, sino que se humilló a sí mismo para venir al mundo dejando toda su gloria celestial. Y viniendo a este mundo, no buscó ser servido por los hombres, sino que sirvió a los hombres con toda humildad. En cuanto a cumplir su llamado, él fue obediente a Dios en todo, hasta morir en la cruz en nuestro lugar.

Señor, hay tantas decisiones que me justifico en nombre de servir su obra. Hay tanta gente que dañé en nombre de entrenar e impartir justicia, en lugar de ser un humilde siervo. Si bien, sé que hubo momentos en que usted me guio y usó para entrenar a otros e impartir justicia, hay otras veces que reconozco que lo hizo por mi orgullo y sabiduría propia. Ayúdeme, Señor, a tomar todas mis decisiones basado en su voluntad en mi vida. Le pido que pueda ser fiel en leer y meditar la palabra, y orar delante de usted, para que de esta manera tenga una continua comunicación con usted. Y, teniendo esta comunicación continua con usted, pueda yo tomar decisiones de acuerdo con su santa voluntad en mi vida, para gloria de Dios y para la edificación las personas que usted pone en mi camino.

En este tiempo, Señor, que me ha llamado a estudiar el doctorado y, a la vez, servir el ministerio en UBF Louisville, le pido que esté conmigo para hacer las dos cosas con diligencia y humildad. Oro que mis estudios puedan ser para fortalecimiento de otros siervos suyos. Oro que pueda servir con fidelidad la palabra a los estudiantes de la Universidad de Louisville. Oro que usted sea glorificado en todas las cosas que haga.

Una palabra: Ser un siervo humilde que sirve al pueblo de Dios.

“Yo soy la luz del mundo”[1]

Juan 8:12-30

Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Juan 8:12

Este el segundo de los siete “yo soy” en el evangelio de Juan. El primero fue: “Yo soy el pan de vida” (6:35), que se estudió anteriormente. Sin duda alguna, las declaraciones “yo soy” del Señor son sumamente importantes. Esta declaración nos enseña sobre la característica de Jesús. Él es nuestra luz.

Cuando abrimos la Biblia, lo primero que leemos es que Dios creó todo el universo. En esta creación, lo primero que Dios hizo fue la luz (Gen 1:3). Cuando estudiamos Génesis mencionamos la relevancia del hecho de que la luz sea lo primero que Dios creó. El carácter de Dios como luz nos enseña que en él podemos encontrar la verdad y la vida. Por eso Juan también escribió sobre el Verbo, quien es Dios: “En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. … Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (1:4-5, 9). Juan, entendiendo que Jesús es Dios mismo, relacionó el carácter de Dios con Jesús. Pero esto no lo hizo solamente por inspiración divina (aunque ciertamente tuvo inspiración divina a través del Espíritu Santo). Jesús mismo hizo esta declaración.

Juan continúa en su introducción a su evangelio: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (1:10-11). A través de los evangelios podemos ver cómo los hombres despreciaron a Jesús. El pasaje de hoy es uno de esos ejemplos. Los judíos escucharon a Jesús, pero no le creyeron. Le dijeron que mentía porque él testificaba de sí mismo solamente. Cuando Jesús les habla acerca del Padre, ellos le cuestionaron sobre su Padre. Jesús les hizo ver que ellos no entendían nada de lo que Jesús les estaba hablando porque le estaban desechando. Jesús les dijo: “si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (19).

El mundo no conoce a Dios porque el mundo no conoce a Jesús. Antes de la ilustración, el mundo occidental daba por un hecho la existencia de Dios y la autoridad de su palabra. No solamente la iglesia. Aún científicos como Galileo Galilei creyeron en la existencia de Dios y la autoridad de la Escritura. Galileo entendió que la ciencia era un instrumento comprender mejor la creación de Dios.

Pero en la ilustración, los filósofos comenzaron a abandonar el principio del conocimiento a través de Dios. Cambiaron el centro del conocimiento de Dios a la razón. René Descartes, tratando de explicar la existencia de Dios, comenzó por un punto que pensó que todas las personas estarían de acuerdo. Por eso, decidió comenzó por cómo conocer su propia existencia, y dijo: “Cogito ergo sum”, “Pienso, por lo tanto, existo”. Descartes no se imaginó que su pequeña desviación de Dios como el centro del conocimiento humano hacia la razón causaría toda una revolución. Muchos años después Emanuel Kant, partiendo de lo que Descartes comenzó, quiso nuevamente defender la existencia de Dios. Él dijo que había conocimientos básicos que todos los humanos conocen (a priori) y otros que se aprenden a través del tiempo (a posteriori). El problema con Kant es que, siguiendo a Descartes, partió de la razón. Y todavía más, él supuso que las categorías en la mente de los seres humanos eran todas iguales. Por lo tanto, Kant asumió que todos tenían a Dios en la categoría de conocimientos a priori, y luego se fortalecía el entendimiento de quién es Dios a través de la experiencia (a posteriori). ¡Pero, oh sorpresa! Las personas tenían diferentes categorías en sus mentes. Concluyeron que, como Descartes, el conocimiento se consigue a través de la razón. Pero, contrario a la suposición de Kant, Dios no pertenece a los conocimientos a priori. Por lo tanto, rechazaron que es alguien que se puede conocer. El mundo “moderno” no rechazó la búsqueda de la verdad objetiva. Pero ésta verdad no provenía de Dios, sino de la razón.

Sin embargo, más adelante, entrando al siglo XX, los hombres comenzaron a cuestionar si es posible que la razón lo explique todo. Filósofos, como Federico Nietzsche, concluyeron que la filosofía es una construcción humana. Lo que es verdad para uno puede ser o no verdad para otro. Nietzsche dijo: “Dios ha muerto”, con la intención de dar lugar al superhombre (Übermensch). Éste Übermensch es uno que no cree en los mitos, sino que es fuerte porque cree en sí mismo. Pero ¿qué es creer en sí mismo? Es aquel que cree dependiendo exclusivamente en lo que él ha vivido y experimentado. Por lo tanto, todo aquello que fuera de su experiencia, puede ser considerado falso. Siguiendo este proceso de pensamiento, Jaques Derrida dio lugar a lo que se conoce como “deconstruccionismo”. El deconstruccionismo establece que el significado lo da el individuo. La intención del autor pasa a un segundo plano. Esta corriente se le conoce como el “postmodernismo”. Bajo los principios postmodernistas, una verdad objetiva no es posible. Si la verdad está basada en la experiencia del individuo, significa que existe la posibilidad de varias verdades. Pero ¿cómo explicar cuando una “verdad” contradice otra “verdad”? Lo único que se puede decir es, como decía el filósofo serbio, Bora Milutinovic, en su paso por México: “Yo respeto”.[2]

Pero, para aquellos que creen en el Señor, “a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (1:12). Nosotros que hemos recibido la bendición de conocer al Señor, también podemos conocer a Dios. Conocer a Dios cambia la vida del hombre. Da sentido a la vida, y da propósito a la vida. Es, como dijo el Señor, salir de las tinieblas de este mundo, a una vida llena de luz.

¿Por qué el mundo es tinieblas? Porque sin una verdad objetiva, cada uno hace lo que bien le parece (Jue 21:25). Y en el camino de hacer cada uno lo que bien le parece, la sociedad se desmorona. La moralidad no es más que una palabra. Si es, como dice el postmodernismo, una construcción humana, lo que a uno le parece inmoral, a otro le parece moral, y está bien. No. No es que esté bien. Debe de estar bien, y quienes no aceptan esa diversidad de pensamiento, están mal. Y así, entendemos cómo nuestra sociedad está caída con tantos problemas de corrupción, violaciones a derechos humanos, y los movimientos “progresistas liberales” que destruyen las definiciones objetivas sobre el ser humano, principalmente la definición de qué es un hombre y una mujer, y qué es el matrimonio.

Nosotros, los que conocemos al Señor, debemos emprender una campaña valiente para ir en contra de este mundo. Debemos establecer la verdad de Dios y de su palabra. Pero esto no se puede lograr más que predicando el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Solamente a través de conocer al Señor podemos conocer a nuestro Padre Celestial.

Señor, permítanos conocerle más y más. Denos el deseo de meditar en su palabra y vivir una vida de oración para que, primeramente, nosotros podamos tener una relación profunda con usted; y que, a través de esto, podamos invitar a otros a conocerle. Ayúdenos a que salgamos de la oscuridad del mundo, y úsenos para difundir la luz de nuestro Señor Jesucristo en este mundo. Así, que todos sus escogidos podamos congregarnos y alabar su nombre con un solo corazón y espíritu.

Una palabra: Jesús es la luz del mundo.


[1] Nuestro Pan Diario tiene el título “Soy la luz del mundo”, pero, siendo que está entrecomillado, quería decir lo que el texto bíblico dice.

[2] Bora Milutinovic no era filósofo. Fue el director técnico de la Selección Mexicana de Fútbol. Su frase se hizo célebre en México, y la usaba para trazar una línea sin entrar en discusiones.