Lucas 20:19-26
Entonces les dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.
Lucas 20:25
En el pasaje anterior, Jesús enseñó la parábola de los labradores malvados. En la parábola, los labradores maltrataron a los siervos del dueño de la viña devolviéndolos a su señor con las manos vacías. Así fue con el primero, con el segundo, y con el tercero también. Finalmente, mataron al hijo del señor de la viña. Al oír la parábola, los fariseos (los principales sacerdotes y los escribas) entendieron que Jesús hablaba de ellos. Por esto, planearon alguna manera de tenderle a Jesús una trampa. Así, enviaron a unos espías que pudieran colarse y engañarle, para que pudieran entregar a Jesús a las autoridades romanas.
La pregunta que formularon fue la cuestión de los tributos, en otras palabras, los impuestos. A nadie le gusta pagar impuestos. Se llama de esa manera porque precisamente es una imposición, no un donativo voluntario. Y los judíos odiaban el pago de impuestos por varias razones, pero principalmente podríamos apuntar a dos. Primero, el dinero iba a las arcas de Roma. No era para mejorar la sociedad judía, sino era para enriquecer a la nación que los conquistó y los oprimía. Segundo, los cobradores de impuestos eran abusivos. A Roma no le interesaba la religión de las naciones conquistadas, ni las leyes locales. Básicamente le interesaba dos cosas: que no se levantaran en armas en contra del Imperio, y que pagaran sus debidos impuestos. Como a Roma solamente le interesaba recibir su parte que le correspondía de los impuestos, no le importaba si los cobradores de impuestos cobraban más de la cuenta y se quedaran con la diferencia. Por lo tanto, el pueblo siempre terminaba pagando más de lo que debían de pagar.
Conociendo esta situación, los fariseos preguntaron a Jesús si era lícito pagar impuestos a César. Si Jesús dijera que sí era lícito, entonces Jesús perdería popularidad con el pueblo judío. Incluso podrían llegar a considerar a Jesús como traidor de la nación o un vendido a Roma. Por otro lado, si Jesús dijera que no debían pagar los impuestos, entonces los fariseos podrían acusar a Jesús ante las autoridades romanas diciendo que Jesús enseña a no pagar impuestos. Como se mencionó anteriormente, el no pagar impuestos era una cuestión muy delicada delante del gobierno romano. ¿Qué respondería Jesús? Pareciera que estaba atrapado en la trampa de los fariseos. Jesús estaría en problemas dijera que sí o dijera que no.
Para sorpresa de los fariseos, Jesús les dio una respuesta inesperada. Jesús les dijo que trajeran una moneda. Cuando preguntó de quién era la inscripción, ellos reconocieron que era de César. Entonces, Jesús les dijo: “Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (25). Y ya no pudieron decirle más nada.
¿Qué significa que hay que darle a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios? Los fariseos no querían darle los tributos a César, pero tampoco querían darle el honor y la gloria a Dios. Lo que ellos querían era quedarse con su dinero, y también disfrutar del reconocimiento humano. Jesús les indicó su problema claramente. Jesús enseñó que hay que respetar a los gobiernos del mundo, y también hay que respetar la autoridad de Dios.
¿Cómo se refleja eso en nuestra vida? Como cristianos, somos ciudadanos celestiales que vivimos en este mundo como extranjeros. El autor de Hebreos, cuando habla de la fe de los patriarcas (Heb 11:8-16), dice que habitaron como extranjeros y peregrinos en la tierra prometida porque ellos tenían la esperanza puesta en el reino celestial. De la misma manera, los cristianos somos extranjeros y peregrinos en este mundo, porque nuestra esperanza no está en el mundo sino en el reino eterno de Dios. Sin embargo, mientras vivimos en el mundo, debemos guardar las leyes del mundo. Daniel le dijo tajantemente al rey Nabucodonosor que Dios “tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da quien él quiere” (Dan 4:25). El apóstol Pablo enseñó a pagar impuestos y a respetar los gobiernos del mundo porque están bajo la perfecta soberanía de Dios (Rom 13). El apóstol Pedro exhortó a los cristianos a honrar a los reyes y las instituciones humanas, aún en medio de la persecución (1 Pe 2). Los cristianos debemos reconocer que Dios ha puesto a todos los gobiernos del mundo. Tan malos como parecen, están de todos modos bajo la perfecta administración de Dios. Él sabrá cómo y para qué usa a esos gobiernos. Pero eso no nos corresponde a nosotros saberlo ni juzgarlo. Que nos compete a nosotros es reconocer la soberanía de Dios, y por lo tanto obedecer a las autoridades humanas.
Debemos respetar las autoridades humanas, pero la obediencia a Dios está por encima de las autoridades humanas. Si las leyes humanas nos orillan a desobedecer a Dios, entonces tenemos nosotros la obligación de desobedecer las leyes humanas. Dios reina por encima de las instituciones humanas. Por esto es por lo que muchos misioneros sufren, especialmente en los países donde por ley de los gobiernos está prohibido predicar el evangelio. También, en nuestra sociedad moderna donde cada se vuelve más woke, debemos rechazar esa ideología y resistirnos a los gobiernos que imponen leyes anticristianas.
¿Qué es lo que nosotros debemos dar a Dios? Debemos amarle con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, y con toda nuestra mente. Él debe ser el centro de nuestra alabanza. Por eso, debemos de meditar en su palabra de día y de noche. Debemos estar en constante oración. Y debemos pedir que podamos resistir a las tentaciones, y que seamos sensibles al pecado para que, cuando pequemos, podamos arrepentirnos con sinceridad delante de nuestro Señor.
Señor, ayúdeme a darle gloria a usted y ser responsable como extranjero viviendo en el mundo. Conozco bien qué es ser un extranjero. Nací en Corea del Sur, pero me crie en México. No soy Mexicano, sin embargo, he abrazado a México como mi nación adoptiva. Aun así, aunque quiero sentirme mexicano, sé que no puedo. Vivir en Estados Unidos es aún más complicado. No siento los colores de este país ni su cultura. Pero sé que tengo que guardar las leyes, y respeto con toda autenticidad la ley de la nación donde vivo. Pero mi corazón está siempre con Corea y con México. De la misma manera, no importa en el país que viva en este mundo, mi corazón debe de estar siempre en el reino de Dios.
Me arrepiento porque muchas veces he deseado la gloria y las riquezas de este mundo. Y es que es difícil tener la edad que tengo y seguir estudiando, teniendo una familia qué mantener. Tantas veces he tenido que luchar con el pensamiento de dejar mis estudios para dedicarme a trabajar para darle a mi familia un mejor estilo de vida. Y tantas veces he tenido que luchar contra la envidia al ver amigos y familiares que se desarrollan bien en su ámbito laboral. Pero, Señor, yo confío en que usted me ha llamado aquí con un propósito, y que usted estará conmigo hasta que su propósito en mí sea cumplido. Ayúdeme a luchar contra las tentaciones del mundo, y que pueda concentrarme solamente en hacer lo que usted me manda hacer. Tengo confianza en que usted me proveerá de acuerdo con su gracia y su soberanía si yo solamente soy fiel en obedecer lo que me manda hacer. Ayúdeme darle gloria a su nombre en todas las cosas que haga, donde sea que me encuentre. Le pido que sea yo un instrumento suyo para que otros puedan conocerle a usted.
Una palabra: Soy ciudadano del reino celestial viviendo como extranjero y peregrino en el mundo.