Confía en el Señor

Jeremías 17:1-27

Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.

Jeremías 17:7

En este pasaje, continuamos viendo las advertencias de Dios al pueblo de Judá. Dios les indica su pecado, pero no todo está perdido. Dios siempre deja abierta una puerta para la salvación.

Judá pecó contra Dios al ir detrás de los ídolos. Su idolatría no era superficial, como alguien que hace algo sin tener total convicción. Al contrario, Dios conoce sus corazones y sabía que la idolatría de su pueblo estaba esculpida en sus corazones. La descripción que Dios da es tajante e indiscutible. Dice que ellos esculpieron su idolatría con cincel de hierro y punta de diamante. ¿Cómo podrían negarlo y esconder su idolatría? Dios les dice: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová” (5). De por sí, el hombre no es confiable. El hombre cambia con mucha facilidad. Un ejemplo que podemos ver en el mundo es la gran cantidad de divorcios que hay. Y hay algunos que argumentan diciendo que el índice de divorcios ya no es tan grande. Sí, pero el índice de matrimonios es también muy bajo porque, a raíz del índice de divorcios, muchos jóvenes no creen en matrimonio. Su razonamiento es que, en lugar de casarse y luego sufrir por un divorcio, mejor viven juntos en unión libre. Así, cuando sientan que su relación está muy desgastada, pueden simplemente separarse sin los trámites engorrosos del divorcio. Muchas personas ya piensan de antemano que es probable que su relación no funcione a largo plazo. ¿Por qué? Porque la gente cambia y no confían en que puedan guardar su promesa de amor y fidelidad. Este es un pequeño ejemplo. Por su puesto que hay quienes son fieles a sus matrimonios. Pero, si bien puede que a uno no le aplique este ejemplo, hay otros ejemplos que aplican. No podemos confiar totalmente en los seres humanos por el simple hecho de que somos cambiantes. Solamente Dios es el único que se mantiene fiel y es el mismo hoy, ayer, y por los siglos.

Por tanto, Dios da su sentencia sobre Judá: ellos serían conquistados por naciones extranjeras, y servirían a esas naciones. Este tema lo hemos comentado anteriormente. En el tiempo de Jeremías, la nación que Dios usaría para castigar a Judá sería Babilonia. Por otro lado, este castigo es una constante en el Antiguo Testamento. Dios castigó el pecado de Israel utilizando a los pueblos cananeos, como los filisteos, edomitas, moabitas, entre otros; y a otras súper naciones, como Babilonia, Media, Persia, entre otros. Finalmente, hacia el Nuevo Testamento, Dios utilizó a Grecia y finalmente Roma. En nuestro tiempo, el pueblo de Israel sigue sufriendo sin poder tener paz en su tierra. Israel es constantemente asediado por otras naciones y grupos terroristas. Más allá de lo justo o lo injusto, ciertamente podemos ver que continúan sufriendo por causa de su pecado contra Dios. Debemos orar porque Israel acepte el evangelio. Entonces Dios les dará paz. ¿Por qué pienso esto? Sigamos viendo el pasaje.

Dios les recuerda que él es un Dios misericordioso y amoroso. Castiga a su pueblo por su desobediencia, pero siempre está listo para recibirles si se arrepienten de sus pecados. Dios les dice: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová” (7). Dios les dice que, si el pueblo de Judá pone su confianza en Jehová, regresan a guardar fielmente el día de reposo, y traen los holocaustos a Dios, entonces Dios les dará reposo en la tierra. Dios les dice que Dios les dará nuevamente príncipes y reyes que se sienten en el trono de David.

Yo soy discontinuista en el sentido de que todas las promesas del Antiguo Testamento han sido cumplidas en Cristo. No creo en el dispensacionalismo, en que hay promesas diferentes al pueblo étnico de Israel y a la iglesia. No creo en el continuismo, en el sentido de que hay promesas del Antiguo Testamento pendientes por cumplirse, o que hay gracias del Antiguo Testamento que se manifiestan de una forma diferente en el Nuevo Testamento, pero son una la continuación de la otra (ejem. Circuncisión y bautismo infantil). Pero sí pienso que Dios siempre recuerda a la nación de Israel de una forma especial porque fue el pueblo que él eligió para llevar a cabo su plan de salvación. Por lo tanto, los creyentes ciertamente debemos de entristecernos por el sufrimiento de Israel y orar por la paz en Israel.

Por otro lado, a un nivel más personal, este pasaje es una promesa de Dios para todos los creyentes. Nosotros somos el pueblo de Dios. Aunque no vivimos bajo la ley del Antiguo Testamento, los principios de la ley son los mismos. Esto es porque la ley es buena y nos muestra quién es Dios y qué espera de su pueblo. El autor de Hebreos entendió este principio de la disciplina de Dios, y enseñó a la iglesia que Dios nos disciplina como a hijos: “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como hijos. … Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Heb 12:7, 11). Nosotros debemos ser atentos y confiar en el amor de Dios siempre. Debemos saber que Dios no nos castiga porque nos odie. Al contrario, su disciplina es para que podamos crecer y madurar como hombres y mujeres de fe. Y, cuando somos disciplinados, debemos reconocer nuestro pecado y arrepentirnos. Un error fatal es pensar que nosotros hemos hecho todo bien. Lo que estamos diciendo cuando pensamos así es que Dios es injusto, y esto no puede ser. Los injustos somos nosotros, por lo que debemos escudriñar nuestro corazón y reconocer nuestras faltas delante de Dios. Si somos necios en nuestros propios pensamientos, Dios nos castigará duramente. Si somos humildes y reconocemos nuestro pecado, Dios siempre nos perdona y nos restaura.

Señor, ayúdeme a siempre confiar en su amor redentor. Ayúdeme, Señor, a reconocer mi pecado delante de usted. Muchas veces insisto en que yo estoy bien y no quiero comprender por qué soy castigado. Pero, Señor, usted es justo. Usted es el estándar de justicia y de verdad. Perdóneme, Señor, y ayúdeme a corregir mi camino de acuerdo con su verdad.

Una palabra: Confía en el amor de Dios.

Una profecía de restauración

Jeremías 16:1-21

Por tanto, he aquí les enseñaré esta vez, les haré conocer mi mano y mi poder, y sabrán que mi nombre es Jehová.

Jeremías 16:21

La primera parte de este capítulo trata sobre la maldad del pueblo de Judá. Aunque eran el pueblo de Dios, Judá pecó contra Dios volviéndose a los ídolos de los pueblos de Canaán. Judá vio cómo Dios destruyó a Israel por causa de su pecado. Sin embargo, Judá no tomó esto como advertencia, y no se arrepintió. El versículo 5 habla de las “casas de luto”. Aquí “luto” es marzeakh (מַרְזֵ֔חַ) en hebreo. Esta palabra solamente aparece dos veces en la Biblia, siendo la otra referencia Amos 6:7. Temper Longman III, un importante académico del Antiguo Testamento, apunta que marzeakh es usado en textos extrabíblicos como una celebración de luto donde involucraba comidas sacrificadas a ídolos, beber alcohol en exceso, y a veces había actividad sexual en esos ritos.[1] Esto muestra la gravedad del pecado de Israel.

Como consecuencia, Jeremías traía una noticia trágica para el pueblo. Dios destruiría a la tierra de Judá. No habría gozo ni alegría. No escucharían la voz de su esposo ni su esposa. Esto es, por un lado, que las familias serían destruidas. Y, por otro lado, el esposo y la esposa son la relación de amor más íntima, pero ya no tendrían a esa persona que tanto aman. Judá no fue tomada por Asiria porque Dios castigó a los Asirios utilizando a la nació de Babilonia. Pero Dios también uso a Babilonia para castigar a Judá.

En ese entonces, dice Dios, que el pueblo se preguntaría por qué hace esto Dios. Es como la gente que hace cosas malas y luego se pregunta y se queja con Dios por qué le suceden cosas malas. Hay algunas personas incrédulas que le llaman karma. Lo que entienden como karma es en realidad juicio divino de Dios sobre los malvados. Dios dice a este pueblo rebelde que a través del castigo aprenderán que él es Dios. Dios castigó a su pueblo, pero no castiga para destruirlos de la faz de la tierra, sino que solamente lo suficiente para que su pueblo pueda arrepentirse y reconocerle que él es su Dios.

Gracias a Dios, él es un Dios “misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Ex 34:6). A pesar de esta terrible noticia de destrucción, cuando Jeremías volteó y vio a Dios, dijo: “Oh Jehová, fortaleza mía y fuerza mía, y refugio mío en el tiempo de la aflicción”. Dios es nuestra fortaleza y nuestra fuerza. A veces somos castigados por nuestras iniquidades. Pero Dios lo hace como padre amoroso que disciplina a sus hijos. Nosotros fuimos perdonados de nuestros pecados mediante la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Si creemos en el Señor Jesús, somos reconciliados con Dios, y aún más, somos hechos hijos adoptivos de Dios. No creo que pueda existir más grande amor que uno sea perdonado se la muerte. ¿Cuánto más si somos salvos de la muerte eterna? Por eso, debemos prestar mucha atención a todas las advertencias de Dios, y debemos vivir una vida que agrade a Dios. Dios no nos destruye cuando nos castiga. Él quiere ayudarnos a que reconozcamos nuestro pecado, nos arrepintamos, y seamos reconciliados con él. Dios es nuestro Padre Celestial.

Hubo un pastor coreano que mostró un amor extraordinario y que me conmueve cada vez que lo recuerdo. El pastor Yangwon Son vivió gran persecución durante el tiempo de la invasión japonesa en Corea. Fue maltratado y llevado a la cárcel por el gobierno japonés simplemente porque el pastor era cristiano, algo que la religión shinto no podía soportar. Después de que los japoneses fueron expulsados de Corea, el pastor fue liberado junto con todos los prisioneros políticos de los invasores japoneses. Pero después de esto, se vino el ataque comunista a Corea. Fue en ese tiempo que un hombre secuestró a los dos hijos mayores del pastor Son. Los dos hijos murieron por causa de las tormentosas torturas. Después de que el régimen comunista fuera también expulsado de Corea (provocando la división entre Corea del Sur y Corea del Norte), el asesino de los hijos del pastor Son fue identificado y arrestado. En su juicio para sentencia a muerte, y para sorpresa de todos, el pastor Son pidió que lo liberaran. Luego le dijo al hombre que él le quitó al pastor a sus dos hijos, ahora quería que le pagara siendo él su hijo. Así, Chaisun se volvió el hijo adoptivo del pastor Son. Chaisun se hizo cristiano, estudió en el seminario, y se hizo pastor de una iglesia recordando toda su vida la gracia del perdón y el amor de adopción del pastor Son, y de su Padre Celestial.

El amor de Dios es tan grande que, aunque nosotros le traicionamos y matamos a su Hijo por causa de nuestros pecados, él nos amó a tal grado que nos perdonó de nuestros pecados y nos hizo hijos adoptivos. Reconozcamos nuestro pecado, y volvamos nuestros corazones a él.

Una palabra: Dios nos restaura después del castigo.


[1] Longman, Tremper, III. Jeremiah, Lamentations. Edited by W. Ward Gasque, Robert L. Hubbard Jr., and Robert K. Johnston. Understanding the Bible Commentary Series. Grand Rapids, MI: Baker Books, 2012.

Palabras y obras

Proverbios 12:1-14

El hombre será saciado de bien del fruto de su boca; Y le será pagado según la obra de sus manos.

Proverbs 12:14

En esta palabra, Salomón llama a que uno sea sabio con el uso de palabras y sus acciones. Confiamos en las personas que son congruentes entre lo que hablan y lo que hacen porque vemos que no tratan de engañar. Por supuesto que hay gente con problemas mentales que son congruentes entre lo que hablan y lo que hacen para cosas malvadas. Aún así, sabemos que podemos confiar en sus palabras y nos alejamos de esa clase de gente. Pero, en general, las personas que son congruentes en palabras y obras son personas en quienes sabemos que podemos depender. Salomón dice que esta clase de gente será bendita.

Cuando estudié mi maestría en negocios, hicimos un ejercicio de negociación. Nos dividimos en dos equipos y el propósito era planear y negociar con el otro equipo alguna manera de que nuestras dos supuestas empresas pudieran sobrevivir. Mi equipo me eligió representante de nuestra empresa. Después de media hora (era solamente un ejercicio en el salón) de planeación y pláticas con el otro equipo, presentamos qué acciones tomaríamos. Nosotros decidimos actuar de acuerdo lo negociado, que tal vez no era lo más benéfico para nuestra empresa, pero las dos empresas podríamos repartirnos las ganancias. El otro equipo nos traicionó. Fue una gran sorpresa y no supe qué decir. El otro equipo decidió tomar una acción que era totalmente para perjuicio de nuestra empresa y se llevarían todas las ganancias para ellos. Por supuesto, nadie guardamos rencor después del ejercicio. Todos nos llevábamos muy bien y entendimos que era simplemente un ejercicio. Sin embargo, eso pasa todo el tiempo en el mundo. No digo que todos engañen, pero es común ver que las personas se engañan unas a otras. Y no solamente en el mundo de los negocios, sino también entre individuos.

Nosotros, como cristianos, somos llamados más que nadie a vivir una vida congruente entre nuestras palabras y nuestras obras. Si la congruencia es apreciada como una virtud entre los incrédulos, ésta debe ser mucho más apreciada entre nosotros que amamos a Dios. Esto es porque Dios es congruente, y siendo nosotros creados a su imagen, debemos también ser congruentes.

Dios es congruente en que él no puede negarse a sí mismo. El que Dios no pueda negarse a sí mismo significa que él es siempre congruente entre quién es él, y lo que dice y hace. Como Dios es santo, todas palabras y acciones son santas. Dios es justo, por lo tanto, condena y castiga el pecado. Pero también Dios es misericordioso, por lo que nos dio su palabra y abrió el camino de salvación mediante nuestro Señor Jesucristo.

Nuestro Señor nos enseño a que no juremos, sino que solamente digamos “si” o “no”. Esto quiere decir que nuestras palabras y nuestras acciones deben ser congruentes al grado de que no sea necesario jurar. Meditando en esta congruencia, Santiago también enseñó a la iglesia a que seamos congruentes entre lo que decimos y hacemos. Él regañó a los que se jactaban por confesar su fe por la boca, pero sus obras no mostraban su vida de fe. Santiago enseña que, si uno dice tener fe, su vida debe manifestar esa fe. Esto no quiere decir que seamos salvos por obras. Pero es cierto que el que vive por la fe, su vida es cambiada por completo. Aunque no confiese su fe con palabras, las personas pueden ver esa diferencia.

Debemos orar para vivir una vida congruente entre nuestras palabas y nuestras obras. Santiago también enseñó que es muy difícil domar la lengua, pero quien puede controlar la lengua puede también controlar el resto de su cuerpo. Aunque la lengua es un músculo muy pequeño, como dice Santiago, por ella alabamos a Dios y maldecimos a los hombres. Los hombres han aprendido a domar a la creación, pero no pueden domar su lengua. No debemos vivir una doble vida donde la boca confiesa una cosa y nuestro hace otras cosas. Por eso, debemos orar para que Dios nos de fuerza para controlar nuestra lengua y nuestro cuerpo. Así, a través de nuestra lengua y nuestro cuerpo debemos glorificar a Dios y edificar a las personas. Nuestras palabras y nuestras acciones deben mostrar nuestra fe a los hombres del mundo. Dios bendice a aquellos que son congruentes en palabras y obras y caminan por el camino de la sabiduría.

Señor, ayúdeme a vivir delante de usted hablando y obrando congruentemente. Ayúdeme, Señor, a que en todo pueda glorificarle a usted, y a que yo sea usado como instrumento suyo para edificar a otros. Fortalézcame en mi debilidad, y ayúdeme a serle fiel.

Una palabra: Se congruente en palabras y obras.