En su nombre a todas las naciones

Lucas 24:36-53

y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.

Lucas 24:47

Aquí termina el evangelio de Lucas. Lucas cierra sus buenas nuevas con la gran comisión y con Jesús quien asciende al cielo. Este mensaje nos dice: primero, predicar el evangelio a todas las naciones; y segundo, tenemos esperanza porque Jesús ascendió al cielo y está sentado a la diestra del trono del Padre.

Los discípulos que habían encontrado a Jesús en el camino a Emaús estaban contando las cosas que les sucedió en el camino.[1] No sabemos hasta dónde llegaron a contar en ese momento. ¿Habrían llegado a la parte donde Jesús abrió el velo de sus ojos para que se dieran cuenta de que era él? Tal vez estaban terminando de contar la historia; aunque esto es meramente especulación. De cualquier manera, Jesús mismo se apareció a todos cuando estaban reunidos. Cuando los discípulos vieron a Jesús se atemorizaron. Jesús les calmó mostrándoles que era él a través de enseñarles sus heridas y pidiendo de comer. Las heridas les mostraría que era Jesús quien murió en la cruz. El pedir la comida les mostraría que no era un fantasma sino un hombre de verdad que digería de alimentos, igual que todo el tiempo en que estuvo con ellos. Así, los discípulos se llenaron de gozo al ver a Jesús resucitado.

Después de mostrarles la verdad de la resurrección, Jesús les da la gran comisión. Aunque Lucas no nos dice las palabras más famosas que encontramos en el evangelio de Mateo, Lucas no dejó de lado la gran comisión. Jesús les dijo: “y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (47).

Una vez que les dio la gran comisión, el Señor les dice que esperen la venida del Espíritu Santo. Finalmente, asciende al cielo. Esto es una pequeña introducción al libro de Hechos. Pero es importante recalcar aquí la ascensión. Muchas veces la ascensión se pasa de largo. Lo pensamos como un evento en el que simplemente Jesús sube al cielo. Sin embargo, las implicaciones son muchas. La doctrina de la ascensión nos hace mirar a Jesús quien está sentado a la diestra del trono de Dios como rey. El autor de Hebreos nos hace mirar a Jesús como sumo sacerdote quien intercede por nosotros delante del Padre. Y su obra profética la observamos a través de ver cómo todo lo que el Señor dijo se va cumpliendo poco a poco, de acuerdo con el tiempo de Dios, pero sin fallar. Y la ascensión es también importante porque nos da esperanza en el reino de los cielos. Jesús ascendió con su cuerpo humano. No ascendió como espíritu sino como hombre. Esto nos hace entender que, en la resurrección, nosotros también tendremos un cuerpo físico. No sabemos cómo será nuestro cuerpo resucitado y exaltado, pero sabemos que será perfecto de acuerdo con como Dios hizo al hombre en un principio. Nuestro Señor tiene en toda la preeminencia (Col 1:15-20). Cuando meditamos en la ascensión de nuestro Señor, podemos tener confianza en que él nos prepara un lugar en el reino de Dios (Jn 14:2, 3).

Nosotros somos discípulos de Jesús. Por lo tanto, también hemos recibido la comisión de ir y predicar el evangelio a todas las naciones. “Comenzando desde Jerusalén” se refiere a que comencemos desde el lugar donde nos encontramos. Dios nos dará dirección de si debemos quedarnos o debemos irnos de acuerdo con su plan perfecto. Pero mientras, nuestra misión es predicar donde nos encontremos. Debemos orar porque el Espíritu Santo nos de las palabras y las fuerzas para compartir el evangelio con otras personas.

También, al ser discípulos de Jesús, hemos recibido la promesa del reino de Dios. Nosotros tenemos esperanza verdadera por causa de Jesús quien ascendió al cielo. Aunque en este mundo suframos por causa de predicar el evangelio, tenemos la firme promesa de que recibiremos paz y gozo eterno en el reino de Dios porque nuestro Señor Jesús ascendió.

Padre, ayúdeme para predicar el evangelio donde sea que vaya. Espíritu Santo, lléneme de sabiduría y de su palabra para poder compartir las buenas nuevas, sabiendo que yo solamente soy su instrumento, pero usted es quien hace la obra. Le agradezco, Señor Jesús, que haya venido al mundo a morir en la cruz por mí, y que resucitó al tercer día, y ascendió al cielo. Cuando le miro en la gloria del Padre, me llena de fuerza para seguir adelante en este mundo a pesar de las dificultades. Mi esperanza no está en el mundo sino en usted.

Una palabra: Predica el evangelio con la esperanza puesta en el reino de los cielos.


[1] En nuestro Pan Diario dice: “Jesús resucitado visitó a los apóstoles”. Esto me parece que es una falacia. Se asume que “discípulos” son “los apóstoles”. Aunque Lucas no nos dice cuántos discípulos, es claro que no se refiere a solamente los once, sino al círculo más amplio de discípulos. En 24:33 dice que los dos discípulos que iban a Emaús regresaron a Jerusalén y hallaron a los once y otros que estaban con ellos. Lucas, desde la elección de los doce en 6:12-16, siempre les llama “los doce” (“los once” en esta ocasión por el suicidio de Judas Iscariote) o “apóstoles”. Cuando usa el término “discípulos” se refiere al círculo más grande de sus fieles seguidores.

Él no está aquí; ¡ha resucitado!

Lucas 24:1-12

les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea.

Lucas 24:5b, 6

Uno de los filósofos que me interesó mucho durante mi adolescencia fue Friedrich Nietzsche. Y no me llamó la atención porque me atrajera su filosofía. Al contrario, fue la primera vez que tuve que lidiar con argumentos sumamente complejos para defender el cristianismo. Habiendo asistido a una secundaria cristiana y teniendo puros amigos cristianos, no tenía mucho qué discutir sobre la Biblia. Pero cuando comencé a leer a Nietzsche me incomodé mucho, pero al principio no sabía cómo responder a sus argumentos. Cuando Nietzsche afirmó que cuando Jesús murió en la cruz, Dios murió, ¿cómo le respondería que no es así?

La cruz de Jesús es el clímax de la historia redentora. Sin embargo, si la historia terminara allí, entonces la muerte habría sido totalmente en vano. Si Cristo murió, pero no resucitó, entonces Nietzsche tenía razón, al igual que todos los pensadores de la Ilustración. Sin embargo, Cristo resucitó, y así nos dio la salvación perfecta. Él murió por nuestros pecados, pero venció al poder del pecado y de la muerte para que nosotros también seamos vencedores junto con él al resucitar junto con él.

¿Cómo sabemos que Jesús resucitó? En primer lugar, tenemos a los testigos de aquél entonces. Cuando las mujeres fueron el domingo a preparar el cuerpo de Jesús con especias aromáticas, vieron que la piedra que cubría la entrada del sepulcro estaba removida. Y al entrar, no hallaron el cuerpo de Jesús. Dos ángeles les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado”. Y les hizo recordar lo que Jesús había dicho sobre su muerte y su resurrección. Jesús les había dicho tres veces que moriría cuando llegara a Jerusalén, pero al tercer día resucitaría. Las mujeres llevaron este mensaje a los discípulos, y, aunque no les creyeron al principio, Pedro fue y vio que lo que ellas reportaron era cierto.

Ahora, hay quienes dicen que los discípulos inventaron la historia de la resurrección. Según ellos dicen que era la única manera de poder continuar con la religión que Jesús había comenzado. Pero ¿cómo se habrían llevado el cuerpo de Jesús? Aunque Lucas no lo menciona, Mateo nos cuenta que los principales sacerdotes precisamente temieron que algo así pasara. Por lo tanto, pusieron una guardia a la entra de la tumba. Hay que notar que Mateo nos detalla que esta guardia fue dada directamente por Pilato. Por lo tanto, eran soldados de élite, no soldados de bajo rango. Entonces, el decir que los discípulos llegaron y robaron el cuerpo de Jesús significaría decir que once civiles, la mayoría sin ningún tipo de entrenamiento en combate ni conocimiento de estrategia de guerra, pudieron con un grupo de soldados élites romanos. Esto fue precisamente lo que los principales sacerdotes les dijeron a los guardias que dijeran cuando unos de los guardias reportaron sobre la aparición del ángel que removió la piedra. Pero era totalmente absurdo. Leyendo a Mateo cuidadosamente, aunque él no nos menciona cuántos guardias estaban custodiando la tumba, podemos entender que fueron varios. Unos fueron los que avisaron a los principales sacerdotes, lo que quiere decir que eran por lo menos dos los que dieron el reporte. Y, por lo tanto, significa que hubo más de cuatro guardias. Deberíamos pensar que por lo menos unos cinco o seis, para que el “unos de la guardia” tenga sentido. Pero digamos que fueron cuatro (yo insisto en que fueron más, pero digamos que fueron pocos). ¿No podía un soldado romano, bien armado y entrenado, con tres de los discípulos? Es ridículo pensarlo.

Además, hay que considerar que los discípulos estaban llenos de miedo. Esto no es un asunto menor. ¿Por qué los autores bíblicos ridiculizarían a los discípulos señalándolos de cobardes? Generalmente los historiadores quieren inflar a sus héroes, pero los evangelistas no inflaron nada de los discípulos de Jesús, sino que los mostraron tal como eran.

No es opción pensar que el cuerpo de Jesús no fue enterrado. La preocupación de los principales sacerdotes de la posibilidad de que los discípulos robaran el cuerpo muestra que Jesús fue sepultado. Si alguien piensa que esto solamente lo dice la Biblia, está muy equivocado. Hay varios textos extrabíblicos que testifican a Jesús muerto y sepultado.

Su cuerpo nunca fue hallado. Ha habido muchas excavaciones arqueológicas y nadie ha podido encontrar el cuerpo de Jesús. Se piensa que el Sudario de Turín es la sábana con la que se cubrió a Jesús. Pero, independientemente de la veracidad del sudario, hay muchas razones lógicas para saber que el cuerpo de Jesús no fue hallado jamás. Una razón muy evidente es que, si los discípulos hubiesen mentido, y hubieran dicho que Jesús resucitó sin haber recuperado su cuerpo, entonces los principales sacerdotes podrían haberlos callado fácilmente y continuar cuidando el cuerpo de Jesús. Si así hubiera pasado, encontraríamos textos rabínicos que lo afirmaran. Sin embargo, no hay ni un texto que afirme que hallan tenido el cuerpo de Jesús bajo su cuidado.

Finalmente, si todo hubiera sido una farsa, no habría podido durar por tantos siglos. Digamos que los Once vencieron a los guardias élites romanos y robaron el cuerpo de Jesús. Por un tiempo podrían haber mantenido en secreto que Jesús no resucitó. Sin embargo, tarde o temprano saldría a la luz. Es muy difícil mantener un secreto de esa magnitud por tantos años. Ni hablar de tantos siglos.

Por lo tanto, la historia y la lógica testifican de la resurrección de Jesús. Jesús ciertamente murió en la cruz, pero también es cierto que resucitó al tercer día. Esto es algo que los ateos han tratado de responder, pero han fracasado una y otra vez. Su única solución es que no creen que sea posible la resurrección. Bueno, una cosa es que no crean, y otra cosa muy diferentes que sucedió a pesar de lo que quieran, o no quieran, creer.

Pero hay una razón mucho más evidente de la resurrección de Cristo. Los argumentos anteriores han sido solamente en base a estudios históricos. Sin embargo, todos los creyentes sabemos que el Señor resucitó porque sentimos su presencia. Y sabemos que su presencia en nuestras vidas es verdad, aunque es difícil de explicar en palabras. No importa si los ateos nos creen o no. Queremos compartirles el evangelio, pero su opinión sobre nuestra fe es de nula importancia. Como el himno Él vive declara, “Sé que él viviendo está porque vive en mi corazón”.

Nietzsche, desgraciadamente, no conoció a Cristo. No porque no tuviera oportunidad de conocerle, sino porque le rechazó. Y al rechazarle, no tenía ninguna otra opción que negar a Dios. Lo mejor que pudo decir es que si Dios existió, murió en la cruz. Él pensó que eso le liberó, pero en realidad, el pecado le orilló a solamente poder pensar en el pecado y nada más. Ese es el engaño de Satanás. Parece que él ofrece libertad, pero en realidad termina esclavizando a las personas.

Sin embargo, en el Señor tenemos libertad. A través de su muerte y su resurrección, somos libres de las cadenas del pecado. Ahora podemos decidir con toda libertad que seguiremos a Dios. No es una obligación, sino que es una decisión personal. Un secreto que las personas del mundo no entienden, ni entenderán si no aceptan al Espíritu Santo que nos une a nuestro Señor.

Señor, le alabo porque usted murió en la cruz por mis pecados, y resucitó al tercer día para darme vida nueva. Oro que pueda vivir una vida victoriosa con fe en la resurrección. Señor, úseme para que pueda compartir estas buenas noticias de salvación a las personas de este mundo.

Una palabra: ¡Ha resucitado!

Jesús murió y fue enterrado

Lucas 23:44-56

Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.

Lucas 23:46

El credo apostólico confiesa que el Señor “fue crucificado, muerto, y enterrado. Descendió a la muerte.”[1] Cualquier iglesia que se identifique verdaderos cristianos debe confesar esta verdad que fue declarado según la enseñanza de los apóstoles. El credo apostólico no es todo el evangelio, pero sí es un extracto de lo más básico de la fe cristiana. Esto es, porque si Cristo no murió, entonces nosotros no podemos ser salvos.

El texto de hoy nos narra la muerte de nuestro Señor en la cruz. Jesús exclamó con gran dolor porque, en la cruz, él llevó todos los pecados de los hombres. Era la hora novena cuando Jesús murió. Esto es, tres de la tarde para nuestro sistema de horario moderno. A esa hora debería hacer mucho sol, pero ante la muerte de Dios el Hijo quien encarnó, Dios mostró su gran tristeza, por lo que oscureció el sol. Pero, por otro lado, también rasgó el velo del templo por la mitad. El velo separaba el lugar santo del lugar santísimo. En el lugar santísimo solamente el sumo sacerdote podía entrar una vez al año, en la celebración del día de expiación (Yom Kipur), para expiar los pecados de su pueblo. Pero el que el velo se hubiera rasgado significó que ya no era necesario ese velo de separación. La expiación fue hecha una vez y para siempre a través de la sangre de nuestro Señor Jesucristo. El autor de Hebreos nos enseñó que Cristo es el sumo sacerdote perfecto que expió nuestros pecados por su propia sangre y abrió este velo, por lo cual podemos acercarnos a Dios con un corazón sincero (Heb 9-10).

Este hecho fue visto por el centurión a cargo de la crucifixión de Jesús. Éste hombre gentil, al ver la muerte de Jesús y los fenómenos naturales que sucedieron, no tuvo de otra más que reconocer que: “Verdaderamente este hombre era justo”. Un gentil confesó la inocencia de Jesús. Con esto se mostró que Jesús, siendo justo, murió en lugar de los pecadores.

Finalmente, Jesús fue sepultado. A la muerte de Jesús, los discípulos que le seguían en secreto tuvieron valor para hacerse presentes. Este fue el caso de José de Arimatea. Él pidió el cuerpo de Jesús, y lo puso en un sepulcro nuevo en una peña.

Gracias, Señor, por venir al mundo a morir por mis pecados. Realmente yo merezco ser juzgado por mis maldades. Mis pecados tal vez no siempre se manifiesten exteriormente. Obedezco la ley de donde vivo, trato de no tener problemas con nadie, y de lo posible quiero ayudar a aquellos que están en necesidad. Trato de servir bien a mi familia en lo que me necesiten. Pero, Señor, usted no solamente ve lo exterior. Usted conoce mi interior. Conoce todo mi sucio pecado de quejas, críticas, envidias, holgazanería, glotonería, etc. Si no fuera por su gracia y por su amor, estaría perdido. No habría otra sentencia justa más que la muerte eterna. Pero, Señor, usted murió por mí. Por causa de su sangre derramada en la cruz es que soy considerado como uno de los justos. No por mi justicia propia, porque no hay justicia en mí; sino por causa de la justicia imputada en mí por su justicia, Señor.

Le alabo y le agradezco por esta gracia y este gran amor. Señor, úseme como instrumento suyo para gloria de su nombre. Úseme, Señor, para llevar este evangelio de salvación a las personas que no han oído de su palabra; o tal vez sí la han oído, pero necesitan a alguien que les ayude a acercarse a usted.

Una palabra: Gracias, Señor, por morir en la cruz en mi lugar.


[1] Traducción mía del texto en griego: “σταυρωθέντα, θανόντα, καὶ ταφέντα, κατελθόντα εἰς τὰ κατώτατα”. La declaración de descender a entre los muertos ha causado discusión. Yo sigo la tradición de la iglesia que ha mantenido esta declaración. Sin embargo, difiero de la traducción más conocida: “Descendió al infierno”. En varias tradiciones traducen en inglés: “He descended to the death”, algo como “Descendió a la muerte”. La palabra katotata (κατώτατα) se traduce literalmente como “a lo bajo”. Los traductores al latín infirieron que se referiría al infierno (descendit ad inferos – descendió al infierno) lo cual me parece una inferencia errónea. Probablemente esta declaración tiene como referencia 1 Pedro 3:19, pero deberíamos discutir si “predicar a los espíritus encarcelados” se refiere a los espíritus en el infierno. Otra vez, me parece que este pasaje haga referencia al infierno per sé. Y Hechos 2:14-42, Pedro dice en su primer discurso que Cristo descendió al Hades, pero Dios no permitió que su alma se quedara allí. Aquí habrá que hacer nota de que, en el griego, “Hades” no se refiere a infierno, sino es el lugar donde todos los muertos van. Salmo 16:10, que es lo que Pedro cita, dice en hebreo “Seol”, el cual tampoco es el infierno sino el lugar donde están todos los muertos.