Proverbios 11:1-15
Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; Mas con los humildes está la sabiduría.
Proverbios 11:12
Continuando con la comparación entre los sabios y los insensatos, Salomón indica el problema de los insensatos. Su problema radica en su soberbia. El orgullo fue la razón por la que el pecado entró en el mundo. Cuando volteamos a ver Génesis 3, el hombre y la mujer no estaban interesados en el fruto del árbol de la ciencia del bien y el del mal. Si bien, se puede argumentar que no estaban muy atentos, por lo menos les parecía un árbol más, pero del que no debían de comer. Satanás fue quien sembró en la mujer el deseo de comer del fruto del árbol que Dios prohibió. Cuando Satanás le dijo que, si comiera, sería como Dios conociendo el bien y el mal, “vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría” (Gen 3:5, énfasis mío).
La soberbia también fue tropiezo para muchos. Gedeón fue un hombre cobarde, pero obtuvo una gran victoria porque Dios estaba de su lado. Cuando olvidó la gracia de Dios y se hizo orgulloso porque el pueblo lo hizo su líder, Gedeón provocó que el pueblo pecara contra Dios haciéndoles caer en idolatría. Salomón mismo, aunque fue muy humilde al principio, al final de su vida vemos que se enorgulleció y finalmente pecó, por lo que Dios le quitó el reino y dividió a Israel.
Por otro lado, tenemos el ejemplo de Sansón. Muchas veces Sansón pasa de largo como ejemplo de fe porque vivió una vida, por lo que parece, promiscua. Era orgulloso por su fuerza física que Dios le había dado, pero nunca reconoció la gracia de Dios ni vivió buscando la voluntad de Dios. Pero ese orgullo lo llevó a su caída, a que le cortaran la cabellera y le sacaran los ojos. Se hizo el hazmerreír de los enemigos. Sin embargo, Sansón se arrepintió, aunque fuera en el último momento de su vida, y Dios escuchó su oración. Sansón murió matando una enorme cantidad de filisteos. Él se volvió una figura de Cristo en el Antiguo Testamento porque dio su vida para rescatar a su pueblo.
Pero si vamos a buscar ejemplos de humildad, debemos mirar a nuestro Señor Jesucristo. Si bien podemos encontrar humildad en los héroes de la fe, ninguno fue perfecto. Solamente nuestro Señor Jesús es el ejemplo perfecto al que debemos seguir. Su humildad comienza desde Génesis 3:15. Cuando Dios dio la promesa del Aplastador-de-la-serpiente, el Dios el Hijo ya había aceptado tomar la naturaleza humana para morir en la cruz en lugar de los hombres. Por esto, los Padres de la Iglesia llaman a este versículo “el proto evangelio”. Y la humildad del Señor fue materializada para nosotros al venir al mundo en forma de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Finalmente, aunque su naturaleza humana tenía miedo de morir, el Hijo fue obediente hasta morir en la cruz. Por eso Pablo dice: “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil 2:6-8). No hay ejemplo de una humildad más perfecta que el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo.
Los impíos, dice Salomón, serán finalmente destruidos. Este es uno de los temas recurrentes en Proverbios. Aunque por un momento parezca que los impíos disfrutan de muchos placeres a pesar de sus muchos pecados, eso no va a durar. Y, si bien, parece que pueden disfrutar de los placeres hasta el final de sus vidas, solamente se engañan. El fin de la vida no es la muerte, porque después de la muerte en este mundo, viene el juicio, y de acuerdo con el veredicto, ahora sí unos disfrutarán la vida eterna y otros la muerte eterna. Por esto es por lo que Salomón dice que cuando muere el impío, desaparece su esperanza. ¿Qué esperanza hay en la muerte eterna?
La humildad, por otro lado, nos lleva a la sabiduría. El principio de la sabiduría es el temor a Jehová. Los orgullosos no temen a Dios, y en lugar de escuchar a Dios, quieren ser escuchados. Los humildes reconocen que no hay nada bueno en ellos, por lo que callan y escuchan a Dios. Y al escuchar a Dios, conocen su voluntad, aprenden de quién es Jesús y cómo pueden imitarle, y pueden gozarse de la gracia de Dios.
Vivamos, pues, una vida humilde. Si, es verdad que podemos llegar a enfrentar mucha injusticia, y hasta violencia, por causa de nuestra humildad. Es cierto que podemos llegar a perder muchas buenas oportunidades para tener éxito en el mundo o para disfrutar de comodidades y placeres. Pero al final de nuestra vida podremos decir que todo valió la pena. Cuando estemos en el reino de Dios, gozando su plena presencia, podremos decir que hicimos bien gracias a la gracia de Dios.
Señor, ayúdeme a vivir una vida humilde. Solamente a través de ser humilde puedo obtener sabiduría. Por mi soberbia he cometido muchas equivocaciones: he herido e incluso ofendido a muchos; he malgastado mi tiempo pensando que es mi vida y yo sé qué hacer con ella; entre otras cosas. Señor, perdone mi orgullo, y ayúdeme a ser humilde como usted lo fue. Y úseme, Señor, para continuar compartiendo su evangelio para gloria de su nombre y para salvación a muchas almas.
Una palabra: La sabiduría está con los humildes.